En un principio fué la destrucción humana, seguido de la destrucción inmisericorde de los bosques y continúa con la búsqueda del oro que parece no tener fin y que seguirá existiendo puesto que los involucrados no ven más mundo que éste. La falta de un gobierno firme y con voluntad política, no ayuda para que esta situación se reverse en mejor vida para todos los habitantes de la zona. Ninguno sonríe, todos han tenido desgracias familiares, no se les siente felices y realizados, con ganas de seguir viviendo, esperanzados en un futuro mejor para sus hijos y que la vida vale la pena.
En esta calamidad ambiental, las segundas víctimas son ellos abandonados a su suerte y en manos de la más espantosa depredación humana que es la del comercio ilegal. Llena de asombro enterarse que en esta increíble actuación están involucrados países que se jactan de su respeto por los derechos humanos y la protección del ambiente.
Qué diferencia de ánimo se le vé a los indígenas que viven respetando a la naturaleza y sus normas, sonríen, son felices, aman a sus familias, sienten alegría en sus espíritus.
Mientras tanto, el Amazonas se desangra. Habiendo instituciones y personal perfectamente calificado para detener esta hemorragia, no se ve en paralelo un gobierno que esté muy interesado en detenerla.
Al final, termino con las propias palabras del narrador: "¿merecerá la pena tanta destrucción.? ¿No habrá otra forma de dialogar con la Amazonia?.
Edurne Garay 2013/06/28
Etiquetas: Amazonia,Selva Amazonica,Rio Amazonas,Perú,Colombia,Brasil,América del Sur
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